Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

martes, 3 de julio de 2012

La fiebre del oro




Notas personales de mis vacaciones en Guanabo. No todo lo que brilla es oro. Y después de esto, qué podríamos a hacer?.


Nada que ver con aquella otra fiebre que se hizo famosa en los territorios de California allá por los años mil ochocientos cuarenta y ocho, cuando los buscadores o colonizadores, como se les apodó, se lanzaron como fieras sobre la tierra y los ríos para atrapar o desenterrar lo que ellos pensaban los haría ricos, nada que ver con lo que sucede ahora con estos buscadores  modernos que ni se sumergen en los ríos ni penetran las rocas, ni lo uno ni lo otro, a saber, los nuevos colonizadores hacen su trabajo de otras formas, ingeniosas y peligrosas.

Acaso no ha escuchado el pregón de las cuatro esquinas anunciando que compro oro, enchapes o pedacitos del preciado metal a como sea? No es uno más de los que escuchan gritar a coro enfrente de tu casa o el llamado a tu puerta para preguntar si tienes prendas viejas, oxidadas, podridas o gastadas?. Al principio fue un leve llamado, luego menos contenido, en lo que va del año ya se destapa como uno de los anuncios más elevados y primitivos por sus modales, y también porque nunca van en solitario, se hacen acompañar en grupos de dos o tres repitientes de la misma tonada. Compro oro, enchapes, pedacitos…Lo que sea.

A tal novedad se une el uso de algunas agresivas técnicas rudimentarias pero que serían la antesala de lo que vendría después, una verdadera  orquestación de audacia y organización, dos parejas que vienen hacia ti, conversan animadamente, bien vestidas, lindas, ambos, la muchacha hace la pala. -Mira papi que bonita pulsera. -Eso no es auténtico pepilla. Luego de la afirmación y siempre sonriente y amable hacia la dueña de la pulsera, -oiga eso es solo enchape, déjeme ver.

Después de eso, ella solo sintió muy cerca al batir de un fajo de cuc que la otra pareja le abanicó frente a la cara, en caso de que seguramente quisiera venderle aquella anodina chatarra, que por el color negro que tomó después de que el muchachón bonito, con férrea cadena dorada atada a su hermoso cuello negro le echara aquel líquido en spray, dejaría de tenerla como algo de valor.

En fracciones de segundo el spray le golpeó la mano y ella solo atinó a quitarla y salir corriendo, luego en casa titubeó de la autenticidad de su prenda, heredada de su abuela, la que a su vez le había sido regalada por su madre en el siglo pasado, o sea que viene quedando como un pulso familiar elaborado por artistas artesanos del XIX cuando aquellos buscadores o colonizadores, todos ellos, tenían también la fiebre del metal incrustada al cerebro.

Lo peor de todo es que al cabo de una semana aún ella tenía la mano quemada por aquella química extraña de algún laboratorio privado. Pero lo mejor es que la pulsera volvió a recuperar otra vez su color del oro natural.

-Ya me parecía descabellado que fuera cierto que a la bisabuela la hubieran querido estafar también.