Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

jueves, 26 de marzo de 2015

A Xiomara, que todavía no descansa en paz




Por Elsie Carbó

A cuántas de mis amistades que hoy están en el exilio no veré nunca más.  Esa es la cuestión. Y lo pienso a cada rato cuando recuerdo a amigas como Xiomara González, de quien tengo el placer de perpetuarla escribiendo aquellos excelentes trabajos como periodista en Juventud Rebelde, o investigando documentos en el poblado de Regla para el libro sobre las muchachas Clodomira y Lidia, asesinadas durante la dictadura de Batista.
Pero lo más triste es que un día de estos moriremos ambas sin volver a tomar un té con limón de aquellos que solía preparar en la barbacoa de la calle Rayo, en el barrio Los Sitios, con su memorable escalera por la que subíamos  Clara Mayo, Marisela Wosaert, Juana María Vega,  Josefina Ortega y yo, con el miedo de irnos abajo por aquellas carcomidas maderas del piso. Tampoco degustaremos otra vez aquellos spaguettis  con sal que tanto le gustaban a Pedro Luis y a su vaca Pijirigua, la vida nos ha llevado por otros ríos a cada una y la corriente, ya se sabe, no se detendrá por minucias como estas de la melancolía y la pérdida de amistad.
No quisiera morir un día sin decir que siempre pensé que la Xiomara tenía una rotunda tozudez por los amores peligrosos, que la hacían estar en los lugares  equivocados sin perder su simpleza, y eso creo que fue lo que sucedió en la última etapa de su vida, cuando rompió con la revolución y se alistó  en un velero sin retroceso cuya travesía fue a dar a un lugar insospechado de New Jersey para el cual no existe retorno posible ni otra escapatoria.
Ya antes se había subido a otro avión en compañía de un soldado cubano para descubrir la Unión Soviética en otro amor de juventud, que esa vez le regaló, entre otras cosas, unas matriuskas coloridas y su segunda hija, a la que nombraron Xiomarita. Herejía o no, debo decirlo, conservo como un tesoro una de esas muñequitas rusas que ella desesperada y sin trabajo vendió en diez pesos para alimentar a su nieto recién nacido.
No me queda dudas, Xiomara rompió definitivamente con su pasado a pesar de que de este lado del mar sus amistades de los años la recuerdan con admiración y cariño por bondadosa y sencilla, jovial e inteligente, fue la más destacada del equipo, sus condecoraciones, premios y estímulos no deben haber cruzado el océano en su equipaje, deben estar durmiendo o retozando inmortales en algún basurero municipal, igual que su última semana laboral en la radio donde recibió un homenaje por productividad cuando todavía no avizoraba el remolino que estaba por llegar, porque su amor de entonces firmaría una carta protesta  pidiéndole al gobierno que abriera mercados campesino, soltara a los presos políticos y otras cosas más que de hecho, ya están resueltas o en vías de discusión, pero que en aquel momento le valdrían que lo sacaran por la fuerza de la misma barbacoa donde las amistades de Xiomara solíamos tomar el té.
El nunca se imaginó que aquella inteligente mujer, a ratos olvidadiza, por momentos despistada,  tendría la paciencia y la voluntad de llevarle cada mes una jaba con golosinas a la remota cárcel en las afueras de la capital, y menos aún, que lo seguiría con sus dos hijas y el nieto hasta el confín del mundo si hubiese sido necesario, aunque solo fue a los Estados Unidos.
 Eran los años más frágiles de los 80, si es que han existido algunos menos quebradizos, y Xiomara con su vocación de sacerdocio defendió como pudo al amor de su vida, librarlo de la paliza y el calabozo no fue fácil para ella que tenía que cuidar a su hija con un embarazo riesgoso en camino, no había redes sociales, ni blogs, ni facebook, ni internet, pero las puertas de muchas embajadas se le abrieron para escuchar sus protestas.  
La periodista escribió sus últimas cuartillas, el inagotable parque de aquellas imágenes literarias que una vez fueron hermosos reportajes en la prensa cubana se rompió como un cristal,  porque desde su destierro, que yo sepa, ni para sus queridas amigas  ha escrito una carta más.


sábado, 7 de marzo de 2015

El enigma y la verdad




Por Elsie Carbó

“Todo hombre de justicia y honor pelea por la libertad donde quiera que la vea ofendida, porque eso es pelear por su entereza de hombre, y el que ve la libertad ofendida y no pelea por ella, o ayuda a los que la ofenden no es hombre entero. En Zaragoza, cuando Pavia holló el Congreso de Madrid y el aragonés se levantó contra él, no hubo trabuco más valiente en la Plaza del Mercado, en la plaza donde colgaron las cabezas de Lanuza y Padilla, que el negro cubano Simón, y cuando Aragón había abandonado las trincheras, y no se veía más que el humo y la derrota, allí estaba Simón, el negro cubano, ¡allí estaba, él solo, peleando en la Plaza!”  José Martí.  (Patria, 1ro. De abril de 1892)
No soy una furibunda lectora ni nada parecido, pero tan pronto cayó en mis manos el libro Asere Núncue itiá Ecobio enyene abacuá, de Tato Quiñones, comencé a leerlo hasta el final, que está como dice el dicho aquel, acabadito de salir del fogón.
Y no solo es, como expone en su portada, algunos documentos y apuntes para una historia de las hermandades abacuá de la ciudad de La Habana, sino que abarca más allá, despeja enigmas y traza verdades, descubre y redescubre  aquellos vínculos de amistad y solidaridad que existieron entre muchos ñáñigos y las personalidades más famosas que hoy veneramos, como lo fueron Valdés Domínguez, Martí y otros, a quienes la historia  honra pero ha relegado otras, como la del mismo Simón González, conocido por Gran Diablo, de quien se dice fue criado de Martí, limpiabotas en el Arco de la Sineja y valiente combatiente en las barricadas aragonesas contra la restauración de la monarquía..
De eso se trata, de hacerle el justo reconocimiento que por largo tiempo ha estado a la espera de que se coloquen en su lugar las cosas, y quién mejor que el propio Tato, en su condición de hombre culto, investigador y ñáñigo.  
Y claro está, no soy una entendida en fundamentos o hermandades secretas de orígenes africanos, pero las historias de hermanamientos, ayuda y solidaridad de las que se hablan en el libro, así como las de horror destierro,  sufrimiento y muerte,  que padecieron hasta no hace mucho,  me hace recomendárselo, y pensar que su lectura es una fuente para el conocimiento de la evolución de nuestra especie.
Lo digo cuando leo textos que se refieren al ñáñiguismo del siglo XIX como una élite de cuatreros, asesinos, vagos o bestias salvajes, y pienso en muchos de los actuales jóvenes miembros de plantes aquí en La Habana, universitarios como Rubén Sardoya, o intelectuales como el propio autor del libro, de quien se percibe el orgullo de pertenencia.
Aún así, siempre me he preguntado si podría el abacuá moderno ser encasillado en una suerte de folclor representativo, para exhibir en plazas, teatros y tribunas, como ha ocurrido con la rumba y sus vertientes más conocidas, que ya son piezas museables  y que algunas veces vemos en festivales o programas oficiales de nuestra cultura nacional.
Ahí se los dejo amigos, en la seguridad de que por ahí anda la vida, pero no se apuren, yo a esta altura no sé lo mejor que pudiera ocurrir si le confirieran a las hermandades abacuás la condición de Patrimonio Nacional.