Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

viernes, 1 de marzo de 2013

Los boleristas proscriptos tienen una segunda oportunidad


Ñico Membiela era del pueblo de Zulueta, en Las Villas, tocaba varios instrumentos musicales además de tener lo que se llamaba un agradable registro de voz.
Por Elsie Carbó

Desde el primer momento quise escribir algo pero no sabía por dónde empezar, ahora lo tengo claro, entre otras cosas porque el programa al que me voy a referir me hizo recordar aquellos espacios radiales de intangibles boleros que mis padres escuchaban todas las noches y de los cuales yo quedé irremediablemente atrapada desde mi primera adolescencia.

El cantante era aquel señor hermoso en mi imaginación con voz rasa y complaciente que me decía Sin ti, no podré vivir jamas, en un secreteo poético que me dejaba sin respiración. El sin saberlo fue la incitación irremediable que me llevó a leer libros que por entonces escondía bajo mi almohada. Ni Ñico Membiela, ni José Angel Buesa,  Carilda Oliver, Amado Nervo o Hilarión Cabrisas eran bien vistos en mi colegio de monjas, pero lo que es increíble es que tampoco lo fueron muchos años después cuando me dio por vestir el traje de miliciana. Así tuve que renunciar otra vez y casi sin saberlo, a las interpretaciones de aquel bolerista seudo republicano que, junto a Orlando Vallejo, Vicentino Valdés, Panchito Riset,  Domingo Lugo y otros más, hoy salen invictos de sus féretros para volver a cantar en un programa dominical llamado Un bolero para Ignacio.

De morriñas y memorias se llena mi sala mientras veo la emisión televisiva, porque durante muchos años sentí que había que proteger bajo once candados esas emociones melódico-romanticoides-literarias porque la era estaba pariendo otra cosa y no era factible que esos rezagos del pasado enturbiaran las claras aguas del amanecer, entonces bajo la carátula de César Vallejo colaba las estrofas de Pasarás por mi vida sin saber que pasaste, mientras tomaba helado al compás del grupo Moncada, pero sobre todo evitaba que en mi taller literario descubrieran que la portada de Al sur de mi garganta tenía una foto de una hermosa mujer  de pelo rubio y labios rojos que vestía un escandaloso vestido de leopardo.

Seré cursi y apopléjica si les digo que desde que comenzó el primer swing de Ignacio me quedé extasiada, y al margen de lo que puedan decir los críticos y critiquitos sobre escenografía, olvidos, maniqueísmo o digestión, me parece que es una propuesta correctora, ahora más cuando nos ha dado por corregir diversos errores por los que hemos transitado, lo comprobé cuando mi nieta de 20 años, que es fan de Adele y de Maná me dijo que andaba buscando esas canciones para ponerlas en su Smartphones.

Para mí que Rigoberto Ferrerira  pasa la evaluación. Fría se la toma cualquiera, no es una heroicidad, y este guión no es cómodo sobre todo cuando se da el bache y ni te puedes desalinear si la contraparte no ayuda, no obstante, ha rehuido lo trillado, porque hay talento e ingenio,  aunque estoy segura de que ni él mismo me podría responder a ciencia cierta quién fue el de la idea de quitarle el carné de identidad a todos estos estoicos boleristas que ahora, gracias a una bula papal se les está dando una segunda oportunidad.