Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

lunes, 9 de marzo de 2020

Disculpas personales



Por Elsie Carbó
ecarbo@enet.cu

Mi hijo me pregunta si ya he visto el documental Sueños al Pairo. Le digo que no. Pero él espera que yo diga algo más porque considera que como periodista guardo la información en cofres con siete llaves y tiene la curiosidad de los que saben que hay muchos que aún no olvidan el pasado.

 _No lo he visto, esa es la respuesta mía.

No es descabellado suponer que los que vivimos en los 80 tengamos más recuerdos o anécdotas que los que nacieron después, y a los que se les ha obstaculizado acceder a un periodo del país con bastantes sombras a pesar de los optimistas desafíos, sombras persistentes, yo diría, y ejemplo de eso es la censura en la edición número 19 de la Muestra Joven del ICAIC, a este material fílmico de los realizadores José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado,  que se ha convertido en viral sobre todo para las generaciones más jóvenes y ávidos de investigación. Sin embargo, tanto silencio reservado crea un hermetismo de memoria que es difícil romper para comprender o tratar de explicar causas y efectos en el contexto que nos tocó vivir. 

 De Sueños al pairo no me sorprendería nada, porque creo que ya estaba por llegar una onda que pusiera en su sitio los sucesos de los años 80, y no para ajustar cuentas ni nada por el estilo, si no para que tal vez se excusaran quienes tuvieron que ver con todo lo que sucedió, a mi modo de ver, instituciones o líderes que intervinieron en las decisiones, de manera que encontrar un cierre concluyente que aplacara rencores por los remotos daños infligidos,  sería la reconstrucción más meritoria a la que se pudiera llegar. No podría ser de otra forma porque la verdad siempre saldrá a flote por mucho que se maniobre sobre ella. Sabemos que no eran espontáneos. Aquellos mítines de repudio no formaban parte del sentir de todo el pueblo. 

No he visto el documental y ni falta me hace, me basta con ver el rostro de Mike Porcel para sentirme de alguna forma también inculpada, aun cuando ese día podía haber estado leyendo, caminando por la Rampa, bebiendo una cerveza o haciendo el amor. Igual podría decir de aquel otro acto en que arrastraron a Julio Cabrera frente al Payret porque presentó la salida del país en su carta de renuncia laboral. O cuando el mitin de repudio contra el periodista Cartaya.  No estuve, pero eso no me exonera ante mi. Igual si digo que a muchos kilómetros de distancia el mitin a mi tía en Cumanayagua me hizo sentir que algo ajeno a la grandeza que soñaba para mi país se ponía en marcha inevitablemente. 

Era una vergüenza. La misma que sienten aún aquellos a los que le tocó partir. De aquel episodio mi madre, que en la actualidad tiene 98 años, pero que no me dejaría mentir, me cuenta que, entre los huevos, piedras y de todo lo que hubo al alcance de los convocados, aquel par de viejos no hallaba donde meterse. Ese pensamiento me supera aun cuando hablo con aquella hija que vino en yate hasta el Mariel a buscar a sus padres, la prima emigrante borrada por décadas de mis cartas familiares. 

Es cierto que no he visto el filme de la muestra joven que está entrando subrepticiamente a las casas y aguzando los criterios, pero lo que sí sé es que los verdaderos valores se demuestran al reconocer con dignidad las faltas, y yo me sentiría honrada si supiera que esa gran familia cubana disgregada por el mundo, que aún no logra olvidar el pasado, aceptaría mis sinceras disculpas personales.