Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

miércoles, 19 de agosto de 2009

Contra los virus musicales infecciosos


En Puerto Padre han erigido una plaza pública a una de las figuras emblemáticas del jazz en Cuba, Emiliano Salvador, y creo que probablemente sea la única dedicada a un artista de este género en el mundo, pues que yo sepa, ni el legendario Armstrong tiene una como esta, entonces, por así decirlo, alabada sea, ya que hace honor a quien honor merece.

Soy una furibunda escuchadora de jazz, pero el jazz de otros territorios musicales, debo confesarlo, más bien de aquel que nos llegó siempre en aquellos discos rentables que incluía clásicos como So what de Miles Davis, y otros temas grabados hace más de medio siglo que aún nos comprometen el alma, claro que no solo oigo jazz, sino toda la música de aquí y allá siempre que sea buena música, aunque no en todo momento este bien promocionada, ustedes saben, miren el caso de Emiliano Salvador, que aportó al género su buen hacer con el piano, sin embargo los medios lo han olvidado.

Me encantaría que alguna vez subirse a una de estas guagua modernas que inundan la capital no sea un acto homicida contra la música, que échale un palo, échale tres, se intercalara con algún sonido flotante, sensual o melancólico, ya sea como el de la sinergia del jazz que se puede encontrar tanto en un Charlie Parker como en un Rubalcaba, o en una rumba de cajón toda llena de notas simples pero sin resultar simple en absoluto.

La buena música es eso, seguir la línea de los recuerdos, ir nuevamente a los lugares, volver a vivir cualquier cosa que se haya vivido, a veces como una especie de tristeza, pero no una tristeza cualquiera. Una tristeza bella, alegre, discreta y sugerente.

Pero ya eso es pedirle mucho a estas jóvenes generaciones de guagüeros que ignoran que no tendrán dioses musicales a quienes rezarle el día de mañana.

Bueno, ¿qué digo? ¿Serán los choferes o los reguetoneros los culpables de que algunas descendencias se queden sin obras maestras y sin mózares a quienes recurrir en algún ataque de inteligencia o a la hora de hacer el amor?. Tal vez podría ser una nueva raza de virus engañadores o de bacterias decadentes. ¡Váyase a ver!

Pues por más que trato de interiorizar y buscarle valores armónicos y emocionales a esa oscuridad musical de algunos sonidos urbanos actuales más me apego a la fanfarria de un Manteca, interpretado por Gillespie o Diákara, que aunque vista sobre papel pareciera una composición banal, al escucharla salta el virtuosismo de esos intérpretes sencillamente magistrales, sobre todo porque trasmiten algo que queda en tu corazón.

Y en eso los ha convertido la leyenda, las décadas prodigiosas en la música, por ejemplo, pero confieso que a veces pienso que quizás estemos en peligro de resbalar y caer cuando me descubro tarareando yo soy la jeva que te rompe el güiro papá y olvido displicente a artistas como Emiliano, que en una época marcaron la vida.

Sin que necesariamente una pase por cánones elitistas o conservadores, ahora mismo, yo digo, a mi me gusta Marco Antonio, Calamaro, Silvio es como mi ideal para la sufridera, ¿y qué tengo? No se escucha. O mejor dicho, eso era hasta hace unos días, porque bastó que anunciaran que va a cantar en la Plaza para que algún asesor le devolviera su espacio en la radio. En las guaguas todavía no, en fin, es lo de menos. Agradezcámosle a Juanes.

Se me acaba el espacio pero aún creo saber qué es esa “cosa misteriosa” que recorre las venas subterráneas y hace cantar hasta al tomeguín del pinar, es solo la buena música, y usted olvídese, amigo, solo los verdaderos valores se quedan fijados para la posteridad, como un Coleman, un Benny o un Valdés, lo demás, es…estopa para el sofá.


lunes, 3 de agosto de 2009

William Ospina, ganador del Rómulo Gallegos


Elsie Carbó

"Cuando no se sabe dónde se va, conviene darse la vuelta y mirar de dónde se viene", ha dicho el ministro de Cultura venezolano Héctor Soto en la ceremonia de entrega del premio de novela Romulo Gallegos a William Ospina, otro colombiano que al igual que Gabriel García Márquez, Manuel Mejía y Fernando Vallejo se gana el concurso literario anual que se entrega en honor a aquel otro escritor, quien además fuera presidente de Venezuela.

El país de la canela, que presupone una historia de la conquista continental a través del narrador en una situación personal y abordando la tragedia en el sentido que siempre hemos conocido, aniquilamiento de comunidades autóctonas, desarraigo, violación, despojo y torpeza cultural.

He leído algo de la obra gracias a que me bajé en pdf un capítulo que me permitió imaginarme por donde andaba el autor y soñar con que algún día el libro caiga en mis manos, tal y como lo han hecho otros en su momento, que han llegado en las maletas de viajeros allende los mares, amigos solidarios y socios circunstanciales, porque también sería una quimera pensar que los pueda adquirir en librerías nacionales sin tropezar con no sé qué mecanismo malsano que hasta ahora me ha impedido comprar algunos premiados anteriores, como el del peruano Mario Vargas Llosa, el español Javier Marías, el chileno Roberto Bolaños y la mexicana Elena Poniatowska, que lo ganó en el 2007.

Ospina es un escritor, poeta y ensayista colombiano muy reconocido en el post-boom de la literatura latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970, con más de una docena de títulos publicados. Y según algunos críticos, su andadura literaria lo ha convertido en un digno sucesor de su amigo El Gabo.

Decir las cosas, hay muchas maneras, y ahí está precisamente el enganche o la quinta esencia de esta novela que me ha hecho pensar si como dice Ospina “todos somos mestizos”, y recreo una frase suya cuando recibió la medalla y los 100 000 euros con que fue dotado el premio desde 1964. "Me basta viajar a una comunidad indígena para darme cuenta de que no soy un nativo, pero igualmente me basta con ir a Europa para saber que no soy un europeo. También habló del honor que representa recibir el Rómulo Gallegos.

¿Pero quién fue este hombre? Creo que por la década de los sesenta leí a Doña Bárbara, (1929) novela que recuerdo más por la trama repetida en la pantalla y el elenco escogido para el suceso, que por los intrínsecos valores literarios que narran una verdadera epopeya en el escenario de la llanura venezolana.

Entonces recurro a otras fuentes para presentárselos, pues de él se habla poco. Escribió y publicó una considerable obra literaria. Con La doncella y el último patriota (1957), obtendría el premio Nacional de Literatura. Entre las actividades políticas veo que estuvo exilado en Cuba y en México. Fue nombrado presidente de Venezuela (1947), y derrocado al año siguiente. Demócrata y hombre de convicciones morales, solo regresó a su país después de liberado éste de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958. Muere en 1969.

Entonces ¿Me inclino a verlo como un político latinoamericano que escribía, o también como un narrador de historias latinoamericanas que no apoyó las dictaduras en su país?. Quizás para escritores como William Ospina la pregunta bien valga una novela más adelante.