Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

martes, 25 de junio de 2013

Omo aña, hijo del tambor



En 1994 pude publicar en las revistas Exégesis, de Puerto Rico, y Música, de la UNEAC, este trabajo sobre Pancho Kinto. 19 años después está casi como inédito, entonces sería un lujo reproducirlo para honrar la memoria de un talentoso músico y de un buen amigo

Por Elsie Carbó

Quiero presentarles ahora a un músico, a un legitimo hijo del tambor, el omo aña Francisco Hernández Mora, conocido por Pancho Kinto.

Su nacimiento ocurrió la noche del 23 de abril de 1933 en el habanero barrio de Belén, y estuvo precedido por el eco sonoro de los batá lucumí juramentados de Pablo Roche. Tal fue la herencia que recogió el pequeño Pancho al llegar a este mundo en los brazos de su bisabuela Camila, sin otra identidad que su sangre africana y sus marcas diagonales en el rostro, como era la ancestral costumbre de su Ilé familiar en la Costa de Oro.

Esa noche hablaron los caracoles, y desde ese instante el niño fue consagrado a la deidad de Shangó, dios de la música y el tambor. Recibió sobre la muñeca derecha una correa de piel con finos cascabeles, que según las costumbres, lo protegerían a él y a sus tambores de las malas influencias del destino. Quizás esa sea la razón por la que Pancho Kinto cuando tocaba, sabía que su música llegaba hasta sus ancestros en Oyó, más allá del tiempo, la luz y el Atlántico.

Este hombre, portuario la mayor parte de su vida, heredó la sabiduría natural de aquellos príncipes que llegaron como esclavos a Cuba. Por sus venas anda la sangre de Añadí, un respetable guerrero en su tribu que adoptó el nombre de ño Juan en los ingenios cubanos, la de Atandá, olú batá y escultor de tambores en el pueblo Yoruba. Se le conoció aquí como ño Filomeno. Ambos construyeron y dotaron de fundamentos religiosos el primer juego de tambor de batá que nació en la isla, y desde esa remota época se escuchó el canto sagrado de la orquesta consagrada al altar lucumí.

Se podría decir que fueron los sobrevivientes del total de esclavos que llegaron a la América, hay un estimado de quince millones según datos que le escuché decir al investigador cubano Leovigildo López cuando el primer congreso Yoruba, celebrado en el Palacio de las Convenciones en La Habana.

Pero a esa fantasía que lleva a los hombres a la inspiración de ese amor misterioso y mítico hacia la vida, a esa renovada y novedosa manera de cantar, bailar, tocar, convertir lo palpable en espiritual y lo intangible en vital, le rinden tributo hombres como Francisco Hernández Mora, exponente de aquellas tradiciones que se fusionaron en nuestro continente y cuyo resultado no es otro que el abrazo entre negros y blancos, aunque haya grupos o castas que no lo asimilen como es.

_Yo aprendí mucho junto a Pablo, dijo Pancho en esta entrevista realizada en 1994, cuando recién comenzaba a tocar con la flautista Janet Brunet con quien hizo giras internacionales, grabó y filmó en Canadá.

_A Pablo le decían Akilakua, brazo poderoso, era un negro grandísimo, continúa hablando, con toda la dentadura de oro, feo como el coño de su madre, pero con algo especial en su personalidad.
De los históricos tambores comentó que pasaron de manos del olú batá Andrés Roche a las de su hijo, considerado después uno de los bataleros más grandes de estos tiempos.

_Al padre de Pablo le decían el Sublime, por la manera de percutir los batá originales africanos, hacía lo que le daba la gana con aquellas manos. Agregó.

Paradójicamente la vida de ambos ha sido siempre una incógnita para quienes intentan desentrañarla o buscarle un orden cronológico, como ha sucedido casi siempre con muchos rumberos y compositores, pienso ahora en el Tío Tom o Chavalonga, pero ese no es el tema ahora, lo que quiero decir es que estos músicos han sido maestros e inspiración de una pléyade de artistas cubanos y de otras nacionalidades que con suerte han escuchado hablar de los toques de aquellos tambores que oficiaban en las ceremonias sagradas de los panteones orichas.

De esos tambores, comentó, nacieron todos los juegos de tambores de fundamento secreto, porque de uno nace otro, como los hijos. Entre los batá existe dos formas, el religioso y los aberikula o judíos, que hasta los pueden tocar las mujeres. De los batá aña consagrados antiguamente quedan unos cuantos juegos en Cuba, pero han surgido muchos judíos, y han perdido su carácter ortodoxo al servir en muchos casos para fiestas laicas o para acompañar orquestas en público.

Pancho kinto tocó con esos tambores juramentados cuando en el cabildo de Regla sacaron la procesión de la virgen, aunque fue Jesús Pérez, otro de los alumnos de Roche, a quien le correspondió ofrecer el primer concierto público con una orquesta de batá, un sacrilegio para muchos por aquel entonces, y mucho más si se tratara de un acto en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

No obstante, cinco décadas después de que el escritor y etnólogo Fernando Ortiz auspiciara aquel concierto, Pancho Kinto tocó los batá en el mismo recinto universitario para homenajear con su sonoridad la memoria de sus antepasados.

Pancho fue un músico cubano que aprendió a quintiar desde muy niño y junto a esto fabricaba sus tambores y cajones a su modo,  inventos propios, según decía, tocando el tumbador con una cuchara en la mano izquierda, él solo era una fiesta de batá y cajón, yo lo ví hacer eso muchas veces en las fabulosas rumbas que se celebraban en un solar de Campanario, donde se reunía en sus albores el grupo Yoruba Andabo.

Ahí se da a conocer por ser integrante del grupo de Cayo Hueso, pero Pancho venía tocando con ellos desde que eran Guaguancó Marítimo Portuario en el puerto de La Habana. Originalmente fueron Geovani del Pino, Chang, el Chori, Palito, Fariñas, Callava, Marino, Pancho y otros, muchos se han ido para siempre como Pancho, a quien su inesperada muerte sorprendió a todos el 11 de febrero de 2005.

De aquellos antológicos sarayeyeos queda el placer del recuerdo, la agradable memoria de las controversias del quinto y el bailador de columbia, las fraternales reyertas entre los improvisadores de guanguancó y el magistral recital de Pancho Kinto con el batá y el cajón.

Estoy convencida que su energía sobrevuela en cada toque, en todo escenario, de cualquier lugar del mundo adonde lleven su orquesta.