Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

lunes, 22 de marzo de 2010

Gertrudis Gómez de Avellaneda: Homenaje


Hoy 23 de marzo se cumplirían 196 años de la muerte en España de Gertrudis Gómez de Avellaneda, y me parecería que ya se habría dicho todo o casi todo sobre la vida y la obra de esta cubana, si no fuera porque me topé con la investigación publicada recientemente por la editorial Icaria Literaria, en Barcelona, de Cira Andrés y Mar Casado, quienes interpretan y aportan de manera inteligente una subyugante fuente de vivencias y anécdotas que, encontradas en archivos como los de Indias y otros menos manoseados, devuelven de nuevo el espíritu de la camagüeyana a sus calles.

Le agradezco a Cira el haberme regalado esta biografía de Tula, de la cual conocía que comenzó a gestarse aquí en La Habana y de la que espero algún día se difunda en Cuba entera por su trascendencia humana y por el conocimiento que aporta del ámbito donde se desenvolvió su pensamiento al enfrentar una época de prejuicios y desigualdades para la mujer en el mundo literario, algo que si aun persiste hasta nuestros días habrá que imaginarse cómo fue. Toca además pasajes su vida íntima, que no resultó menos enredada que la social.

Cira Andrés nació en Florida, Camagüey, y ha publicado principalmente poesía, siendo antologada en Cuba y en varios países, y Mar Casado es oriunda de Barcelona, abogada y escritora. En ambas hay un sentir por igual de impregnarle a los textos el alma de esta poetisa que fue un suceso en su tiempo, y aún hoy lo sigue siendo para quienes lo saben apreciar.

Es una obra inusual donde quien habla en primera persona es la propia Gertrudis, de esta forma el sabor de las confesiones, sus tristezas, sus angustias y regocijos nos llega como de la mano de alguien conocida, o aún más, como si fuésemos depositarios de sus secretos. Buen ejercicio de la lengua castellana hacen las escritoras de estos pasajes idos a buscar en los más impensados archivos, cartas o testamentos personales.

Gertrudis Gómez de Avellaneda descubrió la música de la literatura a través de su poesía, pero también develó el dolor y la injusticia en su prosa, y hoy vemos que el todo en su obra es una lúcida combinación de ese gran sentimiento revolucionario que comenzó a gestarse desde los primeros años de su juventud.

Su obra es extraordinaria por cuanto hay una condena demoledora a los prejuicios e injusticias no solo para la mujer, a la que sitúa a la par del hombre, pensamiento nada convincente para quienes ostentan el poder, sino para el negro por su condición de esclavo, expuesto en su novela Sab que encarna una posición extremadamente noble como memoria y es fundamental para entender lo que supuso el desprendimiento de ella a su tierra la que amó y tuvo presente siempre.

La lectura de este libro que se ha publicado como Memorias de una mujer libre, es verdaderamente estimulante para comprender el verdadero sentido de su dimensión al revelarse a una sociedad totalmente machista, remilgada y falsa. Es también una forma de reencontrarse con otra visión de Cuba e inclusive de ciertas claves de muchas preguntas que aún sobrevuelan en el aire.

lunes, 8 de marzo de 2010

Acerca de El HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS


Como Ramón Mercader en El hombre que amaba a los perros cuando dijo que si hubiese leído aquel libro antes de ir a México, (refiriéndose a La revolución traicionada), nunca hubiera matado a Trotsky, y yo pienso que para quien lea ahora esta obra de Leonardo Padura, tal vez la visión de la vida ya nunca le sea la misma.

No crea que debo decir mucho más a un lector astuto y hambriento de que le caigan en la mano libros que lo batuqueen hasta el forro de los colchones, que por supuesto, la mar de las veces hay que mandarlos a buscar allende los ríos, mientras se está a la espera de que la virtuosa Feria del Libro en La Habana los venda y le dedique el acontecimiento a un autor, como debía ocurrir con Padura en la próxima, en virtud de su rotundo merecimiento literario.

En pocas palabras, El hombre que amaba a los perros es como uno de esos armamentos modernos apuntando sin remedio al mismísimo corazón de cualquier creyente, lo he adorado tanto, perdonen la melosazón, que mientras más me acercaba al momento en que Jacques Mornard (otro de los nombres de enmascaramiento de Ramón) debía asesinar al hombre que había compartido el poder con Lenin entre 1917 y 1923 leía más despacio para alargar aquella muerte a la que Stalin puso fecha desde el Kremlin.

De a kokán, como diría mi amigo El Ambia, el libro está buenísimo. Lo que siento es que tengan que esperar mucho para que aquí se edite, aunque nunca será tanto como los años que se esperó para saber la verdad sobre una de las figuras más siniestras de la historia, su enorme poder en las postrimerías de un final soviético que lo toca todo, sin dejar ni a Cuba fuera de esa complicidad, y la manera genial de involucrarnos en ese escenario para respirar la parte de culpa que nos tocaría por la denostada holganza, son elementos de la nada fácil trama de esta novela, a la que habría que asignarle otro mérito asociado, que ha sido escrita desde Mantilla.

Olvídense, que El hombre que amaba a los perros está muy lejos de ser una historia sobre perros.