Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

sábado, 13 de diciembre de 2008

Ya soy madrina de un niño precioso. Carlos Ernesto tiene cuatro meses de edad y vive en Arroyo Arenas con su joven mamá Amalay, y su papá Juan Carlos, quienes llenaron las amonestaciones necesarias ante la administración de la iglesia de esa comunidad para celebrar, un día como hoy sábado 13 de diciembre, la ceremonia bautismal.

Fue un ambiente de sencillez y con amplitud de espacios, veinticinco niños, la mayoría aún en brazos de sus padres o familiares, esperaban impacientes y exaltados los acontecimientos en esta mañana, bastante fría para mi gusto, cuando cristianizarían para toda la vida a sus hijos por medio de los sacramentos bautismales.

Y todo esto me llevó a meditar que la última vez que estuve en una ceremonia devota fue cuando tomé la primera comunión mientras cursaba el quinto grado en la escuela de monjas en Cumanayagua, lo que me llevó a pensar también, que de allá acá han ocurrido tantas cosas memorables, creo que se llama dialéctica, que han cambiado ostensiblemente el panorama celestial en tanto por la forma y la manera en que transcurrieron los acontecimientos de esa mañana.

Que yo recuerde, y permítanme una divagación pueblerina, en Cumanayagua nunca bautizaban en masa como ahora, pienso que a lo sumo dos si venían al caso y tres ya era de mal ver, recuerdo que se hablaba de que cada familia concertaba de antemano y con calma el día que deseaban hacer el bautizo, y cuando llegaba la fecha fijada acudían a la iglesia sin matazón ni apuros visibles, porque señores, supe de padres como Juan Carlos y Amalay que marcaron a las seis de la mañana, y como para corroborar la sentencia bíblica de que los últimos serán los primeros, terminaron al final.

Ni sé qué decir de la reprimenda colectiva del cura llamando al silencio y al orden en el recinto, mientras las asustadas mamás cambiaban pañales desechables, buscaban los tetes, daban el pecho o le ponían el biberón a los bebés bajo los flashes inmisericordes de las cámaras fotográficas, algo merecedor de una novela de Gabriel García Márquez en los tiempos de la globalización.

Pienso que también aquel imponderable sacerdote español llamado Víctor de Garay con su rectitud de carácter y su severidad habitual hubiera palidecido de angustia ante tal muestra mágico-surrealista en el otrora Cumanayagua, pero como ya lo dije, de esa época acá ha llovido suficiente hasta en el orden celestial, y por otra parte, tenemos que razonar las situaciones para poder entender que ahora en este país todos quieran bautizarse, hasta mi hijo lo hizo hace poco por su santa voluntad y con 30 años en las costillas, porque en su infancia yo andaba alfabetizando por el Escambray, y lo otro es que hemos crecido demográficamente y los santuarios no alcanzan para abarcar tanta población.

Así que sin recargas ni lamentos, amigos míos, ha quedado bautizado mi ahijado, y aquí paz y en el cielo gloria, que por largo tiempo nos reiremos con ganas del olímpico bateo que metió Carlitos en las casi cuatro horas que duró su consagración bautismal, y más adelante cuando sea posible, contemplaremos con gozo esas fotos que a duras penas el padrino Hectico pudo tomar.

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