Ñico Membiela era del pueblo de Zulueta, en Las Villas, tocaba varios instrumentos musicales además de tener lo que se llamaba un agradable registro de voz. |
Por Elsie Carbó
Desde el primer momento
quise escribir algo pero no sabía por dónde empezar, ahora lo tengo claro,
entre otras cosas porque el programa al que me voy a referir me hizo recordar
aquellos espacios radiales de intangibles boleros que mis padres escuchaban todas
las noches y de los cuales yo quedé irremediablemente atrapada desde mi primera
adolescencia.
El cantante era aquel señor hermoso en mi imaginación con
voz rasa y complaciente que me decía Sin
ti, no podré vivir jamas, en un secreteo poético que me dejaba sin respiración.
El sin saberlo fue la incitación irremediable que me llevó a leer libros que por
entonces escondía bajo mi almohada. Ni Ñico Membiela, ni José Angel Buesa, Carilda Oliver, Amado Nervo o Hilarión
Cabrisas eran bien vistos en mi colegio de monjas, pero lo que es increíble es
que tampoco lo fueron muchos años después cuando me dio por vestir el traje de
miliciana. Así tuve que renunciar otra vez y casi sin saberlo, a las interpretaciones
de aquel bolerista seudo republicano que, junto a Orlando Vallejo, Vicentino
Valdés, Panchito Riset, Domingo Lugo y
otros más, hoy salen invictos de sus féretros para volver a cantar en un
programa dominical llamado Un bolero
para Ignacio.
De morriñas y memorias se llena mi sala mientras veo la
emisión televisiva, porque durante muchos años sentí que había que proteger
bajo once candados esas emociones melódico-romanticoides-literarias porque la
era estaba pariendo otra cosa y no era factible que esos rezagos del pasado
enturbiaran las claras aguas del amanecer, entonces bajo la carátula de César
Vallejo colaba las estrofas de Pasarás por mi vida sin saber que pasaste, mientras
tomaba helado al compás del grupo Moncada, pero sobre todo evitaba que en mi
taller literario descubrieran que la portada de Al sur de mi garganta tenía una
foto de una hermosa mujer de pelo rubio
y labios rojos que vestía un escandaloso vestido de leopardo.
Seré cursi y apopléjica si les digo que desde que comenzó el
primer swing de Ignacio me quedé extasiada, y al margen de lo que puedan decir
los críticos y critiquitos sobre escenografía, olvidos, maniqueísmo o digestión,
me parece que es una propuesta correctora, ahora más cuando nos ha dado por
corregir diversos errores por los que hemos transitado, lo comprobé cuando mi
nieta de 20 años, que es fan de Adele y de Maná me dijo que andaba buscando esas
canciones para ponerlas en su Smartphones.
Para mí que Rigoberto Ferrerira pasa la evaluación. Fría se la toma cualquiera,
no es una heroicidad, y este guión no es cómodo sobre todo cuando se da el
bache y ni te puedes desalinear si la contraparte no ayuda, no obstante, ha rehuido
lo trillado, porque hay talento e ingenio,
aunque estoy segura de que ni él mismo me podría responder a ciencia
cierta quién fue el de la idea de quitarle el carné de identidad a todos estos estoicos
boleristas que ahora, gracias a una bula papal se les está dando una segunda
oportunidad.
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