Elsie Carbó
No soy muy buena cocinera ni cosa por el estilo, pero presumo
al decir que he logrado jambergues apetitosos con el picadillo de soya
aderezándolo con hojas de albahaca y tallos de apio triturados. En eso estaba
hoy, preparando algo para el almuerzo cuando me tropecé con una entidad un poco
rara en el contexto, independientemente de su olor característico, como ustedes
habrán notado aunque no le demos importancia, pero ahora esto se trataba de
otra estructura, que no era ni hueso, ni cartílago, ni plástico, ni masa. Tampoco
pude deducir si se trataba de algo frecuente como una pezuña, o un casco, deseché
también que guardase relación con vísceras palpables o cuero encurtido, más bien
el ente subrepticio era totalmente inédito, inexplorado, ignoto. Pero como soy
bastante dada a las verificaciones en busca de las respuestas precisas, lo puse
ante el hocico de mi perra Lucky, devoradora insaciable, quien lo olfateo dos,
tres veces y se retiró angustiada, luego llamé a Angelina, me dije, una stekel
(salchicha) no va a despreciar este bocado, pero tampoco le hizo swing,
aturdida ante la sorpresa fui presa de la duda de si tirarlo a la basura o engavetarlo,
por la inevitable imagen de una legendaria croqueta que aun guardo entre mis remotos recuerdos. La
croqueta que el viejo Francisco Cano inmortalizó en Juventud Rebelde durante la
década de los 70, salvando la distancia, y que sirvió de ejemplo para develar otros
inusitados fenómenos de la materia, afirmando con ello que el tiempo ni la transforma,
ni la destruye, solo la momifica.
La verdad que esa historia suscitó hasta reyertas sobre las
leyes de la física cuántica en la redacción del diario. Y para algunos solo se
trataba de un viejo resentido y pecaminoso. Cuando eso estábamos en Prado, trabajando
en el inmueble que fue el diario de La Marina, con todo lo que estuvo dentro,
incluido algunos personajes como el viejo Cano, quien fuera titulista del
extinto matutino, él junto a otros profesionales se habían quedado en la redacción
para brindar sus conocimientos a la pléyade de jóvenes que veníamos de provincia para aprender las nuevas
formas periodísticas, demás está decir que al viejo se le respetaba pero se le
temía por sus irascibles acotaciones y sus cáusticas bromas, como esa de
guardar en una gaveta durante años una croqueta y mostrársela a todos los
visitantes, como un trofeo de la consistencia que puede lograrse utilizando
ingredientes inusuales en la alimentación nacional. Me pregunto entonces, este cuerpo incógnito
que encontré en el picadillo de soya podría tener, de cierta manera, alguna
relación con aquella croqueta momificada?
No hay comentarios:
Publicar un comentario