Por Elsie Carbó
ecarbo@enet.cu
Ahora que esta
pandemia nos ha acortado el tiempo y tendremos que acostumbrarnos a vivir de los
buenos recuerdos, empiezo por pensar que no sería mala idea regalarnos algunos
de aquellos detalles que una vez nos dieron emociones y felicidad, por las
razones más diversas e impensadas, pero que. como dice el refrán callejero, no
importa, a mí que me quiten lo bailao.

Recuerdo que
aquellos inicios no fueron siempre tan fáciles ni llenos de fama, como lo vemos
hoy en la televisión, ellos tuvieron que pulirla duro y en grande, salir de los
muelles para ganarse un nombre a fuerza de tocar y trasnochar en solares,
fiestas paganas, o dedicadas a los santos. Eran
trabajadores portuarios en su mayoría, algunos como Giovanni que venía de la marina mercante, otros, eran simples
estibadores como Pancho, el Chory o Palito, pero los unía el sentimiento, ese íbiamo
que los acompañaba siempre lo mismo en los grandes escenarios que en el plante
abakuá. Quienes disfrutamos de aquellos soberbios conciertos solariegos podemos
contar historias memorables, como aquel encuentro en el solar de Campanario con
Harry Belafonte y Pablito Milanés, donde Fariñas ponía su voz para una diana
antológica que desbordaba las paredes del enjuto callejón de Centro Habana.
Nadie como ellos, irrepetibles, hermanados por la rumba a los cuatro costados,
nadie que los haya visto grabando en La California para el cd Quién baila aquí,
de Elio Ruíz y Tato Quiñones puede olvidar su fuerza y su cubanía, trenzado en esa
policromía de vertientes donde entra el guaguancó, la Columbia o el ñaniguismo.
Muchos ya no
están, pero recordar sus nombres es rendirles el homenaje a los amigos, son
cosas de la vida, a las que quizás no nos acostumbraremos, pero ha quedado su
esencia sobrevolando en los nuevos quintos, en las voces o en las claves, ayer un
documental arrollando por las calles habaneras me trajo el olor de otros mares,
otras rumbas y otros recuerdos, no me fijé en los maestros, si eran de Matanzas
o San Isidro, de Atarés o Colón, lo cierto es que unos u otros, tuvieron su momento, no una centuria ni un
milenio, pero sí una década de oro donde los rumberos brillaron con una luz
propia, y eso, quienes lo vivieron, lo llevarán para siempre en la memoria,
también está prohibido olvidar.