Un ocho de mayo, pero de mil ochocientos cuarenta y siete, se autorizaba la creación (merced a una especialísima dispensa del Obispo de Andalucía) del Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga.
Las pajilleras de caridad (como se las empezó a denominar en toda la península) eran mujeres que, sin importar su aspecto físico o edad, prestaban consuelo con maniobras de masturbación a los numerosos soldados heridos en las batallas de la reciente guerra de sucesión española.
La primigenia autora de tan peculiar idea, había sido
Sor Ethel había notado el mal talante, la ansiedad y la atmósfera saturada de testosterona en el pabellón de heridos del hospital.
Decidió entonces poner manos a la obra y comenzó junto a algunas hermanas a "pajillear" a los robustos y viriles soldados sin hacer distingos de grado.
Desde entonces, tanto a soldados como a oficiales, les tocaba su "pajilla" diaria. Los resultados fueron inmediatos.
El clima emocional cambió radicalmente en el pabellón y los temperamentales hombres de armas volvieron a departir cortésmente entre sí, aún cuando en muchos casos, hubiesen militado en bandos opuestos.
Al núcleo fundacional de hermanitas pajilleras, se sumaron voluntarias seculares, atraídas por el deseo de prestar tan abnegado servicio.
A estas voluntarias, se les impuso (a fin de resguardar el pudor y las buenas costumbres) el uso estricto de un uniforme: una holgada hopalanda que ocultaba las formas femeniles y un velo de lino que embozaba el rostro.
El éxito rotundo, se tradujo en la proliferación de diversos cuerpos de pajilleras por todo el territorio nacional, agrupadas bajo distintas asociaciones y modalidades.
Surgieron de esta suerte, el Cuerpo de Pajilleras de
En América
Estas hermanitas recibieron pronto distintos y soeces apelativos, fruto del inagotable ingenio popular, tales como las mami-chingonas o las ordeñamecos.
De México la costumbre pasó a las Antillas, en donde tuvieron particular éxito las sobagüevos dominicanas, todas ellas matronas sexagenarias que habían elegido ocupar sus tardes en esta peculiar forma de servicio social ambulante.
El último lugar en América donde hicieron fortuna estas abnegadas damas, fue el Brasil.
Allí la columna Prestes fue acompañada en su marcha por una troupe reducida pero eficiente de damitas paulistas -llamadas beixapau- aunque solamente se valían de ágiles movimientos de sus manos, conjuraban la melancolía de los soldados.
La costumbre desapareció tras la segunda guerra y hasta la fecha se desconoce la existencia de otras congregaciones.
Diversas fuentes orales a orillas del Paraná comentan que en el villorrio conocido en el siglo XIX como Pago de los Arroyos hubo un pequeño agrupamiento dedicado durante algunas décadas a esa actividad.
Eran conocidas como las "Hijas de Nuestra Señora del Vergo Encarnado", en referencia y dudoso homenaje póstumo a su anciana fundadora, fallecida con las manos en la masa, junto a un soldado, en su día de descanso.
Y digo yo, que por estas tierras cubanas tan fecundas y ardientes, es probable que haya alguna memoria histórica archivada de tan virtuosa solidaridad, que algún estudioso del tema después de leer este post se anime a sacar a la luz.
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