Elsie Carbó
No es solo un juego que se decía cuando éramos niños, es una triste realidad que hoy recuerdo cuando pienso que el desarrollo de las buenas relaciones es imposible con individualismos y rupturas de la solidaridad, y eso marca a casi todos nuestros pasos en la vida, pero solo voy referirme a un detallito, ínfimo si se quiere, en esta irrefragable maquinaria del universo donde aquellas personas que deciden regresar, después de estar viviendo un tiempo en Miami no encuentran asidero.
Porque a veces para quien retorne el panorama se presenta negro y con pespuntes grises, como dice mi amiga XY, quien volvió hace tres meses de Estados Unidos, luego de pasar cuatro años lidiando con una serie de problemas familiares y económicos que la hicieron arrepentirse de su decisión inicial.
Realmente ella aquí no confrontaba grandes dificultades, trabajaba y era dueña de su vivienda, pero tenía dos hijos y sus cariños divididos, por lo que enrumbó al norte para estar con el más pequeño, dejando al de Alamar dueño de su vivienda, (requisito indispensable) de su cama, de su fogón y de todo lo que había acumulado en treintaypico de años de sacrificio. Ahora éste tiene otra familia y no está conforme con el regreso de su madre.
Puede haber un sinnúmero de explicaciones, y otros tantos si se quiere de culpas propias y ajenas, pero solo quiero interiorizar y comprender qué ha ocurrido en nuestra sociedad para que los emigrantes que deciden regresar, sin entrar a juzgar los motivos por los que se fueron, no puedan vivir legalmente en el mismo lugar que antes habitaban como propietarios.
Si toman la decisión de regresar, que no son unos pocos los procesos que enfrentan las autoridades, pues conozco de otras mujeres a quienes además de aceptarlas de nuevo oficialmente, devolverles su chequera, (en los casos que sean jubiladas, como mi amiga XY que ya tiene todo eso en sus manos), o reincorporarlas al trabajo, debe haber alguna ley o disposición que las ampare también para que tengan derecho a vivir en la misma casa que dejaron, sin que algún pariente le cuestione ese derecho.
¿Cómo se podrá resolver este dilema? No lo sé, tampoco es fácil, solo imagino lo triste que debe ser para quien retorna y no hay nadie ni nada esperando, como un castigo organizado, sobretodo si fue esa persona que tanto se “mató” afuera para enviar la remesa mensual a los familiares.
Habría que estudiarse que se hace legalmente en estos casos para que no sigan habiendo madres que no encuentren sosiego, como le ocurre a XY a quien la vida se le ha convertido en un calvario sin saber qué hacer luego de enfrentar allá y aquí tantos egoísmos y tan poca solidaridad.
Estoy como quien dice, desapolillando en esos archivos resguardados de la vista pública que muchos no querrán reconocer, pero la verdad es que todo esto me resulta tan absurdo en nuestras vidas, y hay tanto dolor de por medio, que no solo el que fue a Sevilla perdió la silla.
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