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Guillia Escobar fue una de las tantas mujeres que se establecieron en Oslo después del golpe de estado a Salvador Allende, aún era casi una adolescente cuando llegó sin familia y con el corazón roto al país nórdico que acogía a los exilados, atrás había dejado al Conejo, su gran amor desaparecido durante la triste época de Pinochet, y del que jamás tuvo noticias en casi 30 años, excepto cuando el gobierno de
Ya muy enferma, en el 2007, partió a Chile a reencontrarse con aquel pedazo de su existencia que le habían quitado, me dijo que no llevó otra cosa al cementerio que una botella de Casillero del Diablo que colocó sobre su tumba como homenaje póstumo al revolucionario, porque fue con un vino de esa marca con la que ellos brindaron la última noche que lo vio con vida.
No tengo el verdadero nombre de El Conejo, o lo olvidé, si es que Guillia me lo dijo esa noche en aquel restaurant en Oslo celebrando con una garrafa de buenos recuerdos sobre la mesa, pero se bien que en algún registro secreto y remoto donde se almacena la vida y milagro de los que han luchado por algo en el mundo está el expediente del revolucionario, quizás sea aquí en Cuba, si hasta a
Por eso yo mirando la foto que acabo de montar en
Le dedico a ella este post a Guillia porque me hubiera gustado que lo leyera.
Después que murió de cáncer el año antepasado alguien me escribió desde Oslo contándome que en aquella etapa en que fue apresada por pertenecer a la resistencia le infringieron torturas físicas de las que tampoco nunca pudo reponerse en el interior de su cuerpo.
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