Por Elsie Carbó
grillosazules@gmail.com
Nací en Cumanayagua, un pueblo casi en los albores del
Escambray, como se dice ahora, a las puertas del Guamuhaya, que ahora con las nuevas políticas administrativas la han agregado a
Cienfuegos, y así aparece en mi carné de identidad, lo que entendería igual a
decir soy cienfueguera, pero eso no me cuadra mucho, aunque lo diga quien lo
diga, es algo como que me le resta un origen y no le hallo la gracia, así que
soy cumanayagüense donde quiera que esté,
y a mucha honra.
Y una tiene así por así que decirlo, porque está en esos
recuerdos de infancia que son inconmovibles con el tiempo. Como aquel
inolvidable carnaval que como parte de los festejos de Mayo desfilaba calle
abajo en el otrora paseo del Prado, ahí estaba yo, flaquita y alelada al borde
de la calle, contemplando los alucinantes
disfraces al pasar, lentejuelas, muñecones enormes, zombis, cadáveres brillantes, cornetas,
pitos, máscaras, sin imaginar que una
calavera se saldría de la fila y me propinaría tal cuerazo en el centro de la cabeza que quedé sentada en
medio de la calle sin saber qué hacer. Después de eso mi cercanía a un desfile de
máscaras no ha sido nunca más a menos de los 10 metros de distancia.
Pero memorizo con mucho placer la procesión de la Santa Cruz
que se efectuaba los 3 de Mayo desde tiempos inmemoriales. Ahora ya se
restableció, después de una larga ausencia del panorama social del pueblo, y la
iglesia ha regresado a pasear sus imágenes en un recorrido simbólico por
algunas calles principales. Ha vuelto la procesión y lo ha hecho en paz y con
devoción. He estado ahí y puedo dar fe de ello, no más interferencias a su
paso, sin algarabías, no más altavoces para acallar sus cánticos, el pueblo tributó de nuevo en silencio
y con el mayor respeto.
Aunque en la época que yo recuerdo, su congregación católica
era de las más lucidas en la comarca y hasta rivalizaba con las que desfilaban en
otros municipios o barrios de la zona, en belleza de imágenes, organización, cantos
y por poseer además banda de música propia, integrada por alumnos y alumnas del
colegio María Inmaculada, que tenía su sede en la misma parroquia de Cumanayagua.
La iglesia era el centro gestor de la actividad educacional
y cultural de Cumanayagua, no puede desconocerse, aunque ese don declinara y
con él se deterioraran sus fachadas, el campanario, su altar mayor y sus techos
artesonados, por eso ahora que veo en Facebook la convocatoria que han hecho
desde Miami un grupo de amantes y protectores de ese patrimonio invaluable, para
contribuir al arreglo y reconstrucción de la iglesia, me parece muy justo y
noble tal empeño, aunque realmente creo que esa tarea le correspondería más
bien a sus superiores eclesiásticos, o tal vez al Vaticano, quienes en vista de
la próxima visita del Papa a Cuba, bien pudieran donar unos dineritos para los
arreglos de sus sedes, que en cualquier parte del país lo estén necesitando.
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