Elsie Carbó
Después de conocer los resultados de la votación en Estados
Unidos me dije, voy a dar un recorrido a ver cómo están los comentarios por las
calles cercanas a donde vivo, y efectivamente, como me lo suponía, no encontré
algo parecido a un debate subido de tono como ocurre cuando pierde Industriales
o la cebolla sube a 30 pesos la balanza, la vida continuaba igual a otros
miércoles cualquiera, largas colas frente a los kioskos que antes solo vendían
en cuc esperando por las salchichas y los muslos de pollo, otras en el agromercado para comprar frutas o viandas, jubilados arrastrando sus carritos y un
tránsito diabólico en la Avenida de Boyeros, ese es el paisaje de mañana en
esta parte de la capital, y es que a los cubanos, acostumbrados como estamos desde
hace tantas décadas a los vaivenes de las
políticas, no nos asombra ya casi nada, ni tampoco nos asusta, que si vienes a
ver, quizás lo que más le interesa en última instancia a esas personas que
observé en las calles, y que salen cada día a resolver como se pueda la comida
para su casa, es que haya dinero, no para ser ricos ni cosa por el estilo pero
sí para sobrevivir al día a día que nos convoca la dinámica de estos tiempos,
nada nos altera el rumbo porque haya un nuevo presidente en la Casablanca, aunque
sea esta vez un Trump. Uno u otro no importa mucho para nuestra canasta
familiar. Lo noté en la mirada de la anciana que vende el paquetico de café,
los spaguetis o la leche en polvo normada en la libreta de abastecimiento,
también en el manicero de la esquina que se levanta de madrugada a preparar el
cucurucho tostado, todos me dieron la impresión de estar inmutables, ajenos a
lo que acontece en el mundo, sin wifi o internet, lo que me hace pensar que
gozan de una insondable felicidad, aunque haya algunos que apostaron por la Clinton por aquello del
rol de género del que tanto se habla en la tv, solo porque de haber sido ella
hubiera roto la supremacía machista en el país de las libertades, según lo
definen los medios, y de cierta forma hasta se podría sentir agrado de que
hubiera sido una mujer elegida para el cargo, solo por joder, como dijera
pepito, porque nada iría a cambiar el panorama local, al menos en esta
centuria, llámese Hilary, Donald o Margarita, pero algo les voy a decir, y sí,
es verdad, está claro que soy de las que piensan que eso influyó en esa
elección, aunque ni lo mencionan los estudiosos y menos la prensa, inexplicable,
pero es como llevar una remota penitencia que nadie sabe explicar pero a las
mujeres siempre le ha ido más difícil cualquier desafío frente a los hombres, sin
especificar, aún si discuten la custodia del hijo cuando en realidad el padre
no sepa ni dónde se pone el pañal, o en
la carrera por la gobernación de un espacio, a no ser el circunscrito al hogareño,
lo mismo en el plano laboral que el de la propia existencia como ser humano, donde
todo cuesta el doble o el triple de esfuerzo, con ligeras excepciones, claro
está, pero de lo que nadie podría dudar es que nunca estaremos a la altura del
hombre porque ellos nos aventajan en siglos de hegemonía planetaria, si hasta el
decoro se ha medido por ese trozo de continente que comienza en la cintura y
termina en la rodilla, sino vea lo que ocurre en el barrio cuando el marido es
infiel y la culpa recae sobre la mujer, que no supo hacer bien la tarea en el
sofá, slogan o mito, pero lo hemos arrastrado por los siglos de los siglos, y ni
la misma Clinton escapó de tener un currículo de mala hoja* en la cama.
*Mala hoja: Dícese de la persona insensible, desacoplada, poco
comunicativa, fría y problemática en momentos claves de la vida, según el vocabulario de la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario