Elsie Carbó
Con esto del huracán se me revuelven los recuerdos, no puedo
dejar de sentir un miedo que me eriza la espalda, igual que me ocurría cuando
tenía que meterme en aquel refugio anticiclones que mi papá hacía debajo de la
mata de tamarindo en la finca, era tan grande que cabían bancos y sillas, tenía
una escalera forrada con tablas que cuando subías o bajabas daba la impresión
que estabas mareada, todo era emocionante menos el olor a tierra mojada que aún
hoy tengo impregnada en mis sentidos, nos alumbrábamos con lámparas improvisadas de
luz brillante y faroles, y nos poníamos botas para no sentir la humedad del
suelo empapado en agua. Hasta Magdaleno, el guajiro que vivía cerca de la casa
iba con toda la familia porque la suya era de guano y temía que se la llevara
el viento, recuerdo que eso me encantaba porque con él llegaban Iraida, Ovidio
y Tute, los muchachos con los que habitualmente jugaba en los naranjales, pero
ese día el retozo no estaba permitido, nos sentaban juntos en los bancos y nos cogíamos
de las manos, mi mamá preparaba chocolate y comíamos las galletas en silencio,
era una aventura inolvidable que yo esperaba cada temporada en los anuncios
meteorológicos de Millás, el capitán de Corbeta que daba los partes radiales, aún así me moría de miedo cuando cerraban la
tapa del refugio y anunciaban que el ciclón iba a pasar por el cielo.
Pero esos refugios no solo le sirvieron a mi familia para
protegerse de las tormentas, también nos valieron después para guarecernos de
aquellos aviones que como tiñosas sobrevolaban los bateyes en busca de los rebeldes,
yo los veía por los resquicios de las tablas del refugio y aún me da pavor ese
recuerdo, eran negros en el azul del cielo y daban la sensación que flotaban
silenciosos entre las nubes, uno de ellos fue el que ametralló la carretera
frente a mi casa cuando Nelsito regresaba del colegio, a él no le ocurrió nada,
salvo el susto que pegó corriendo como perro que lleva el diablo, pero más
adelante en el poblado de Rafaelito dicen que mató a una vieja, tal vez algunos
coterráneos testigos de esa época tengan
su nombre en la memoria, el olvido a veces ni perdona las leyendas, que si
vienes a ver, ella sería la primer víctima del ejército de Batista en el
pueblo.
Ahora ya es otra la
vida, pero la amenaza de destrucción y daños no ha cambiado de rumbo. Nunca más
he vuelto a ver a mis amigos de la infancia, de ellos solo supe que Iraida había
muerto, que Ovidio era oficial de las
Fuerzas Armadas y del Tute, el más chiquito no sé nada, nunca más he tenido
noticias, tal vez siga trabajando en la finca el Tablón, en Cumanayagua, o esté
fuera de la comarca con una familia numerosa y una hermosa casa, pues creo
recordar que ese era su mejor juego desde que era niño, le encantaba jugar a
ser el padre y se le iluminaban sus ojitos azules con las láminas escolares, me
alegraría mucho que así fuera porque no hay nada más reconfortante que un sueño
realizado, a pesar de los avatares de la vida y de los ciclones.
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