Esa "cosa" es lo que hace cantar al tomeguín del pinar

domingo, 9 de febrero de 2020

Finalmente, no eran mameyes



Por Elsie Carbó
ecarbo@enet.cu

Mi padre tenía un sentido del humor del carajo, es decir, sus bromas eran muy peculiares, sobre todo cuando se trataba de aprobar a los candidatos a maridos para mí, a quienes ponía a prueba sin contemplación alguna para hacerlos parecer débiles y flojos ante mis ojos, y demás está decir que como siempre hacían el ridículo él se salía con la suya afirmando que ninguno servía para yerno, pero eso fue hasta el día que le presenté a Joaquín, pues hasta ahí llegó su reinado de jodedor.

La prueba a la que mi papá los sometía era muy sencilla pero casi imposible de lograr. Solo él la vencía por sus años de entrenamiento y por la fuerte condición física de los dedos de sus manos, pues se trataba de levantar perpendicularmente al piso una bala de cañón colonial, ejerciendo presión solo con la punta de los dedos. La bala aún la conservo y es la que aparece en la foto y forma parte de las reliquias y tesoros familiares.

No tengo ni idea de lo que pudiera pesar dicha bala, solo las he visto iguales en el mismísimo Morro de La Cabaña, haciendo fila o en piramidales unas sobre otras o muy cerca de los milenarios cañones con que atruenan a las nueve todas las noches a La Habana.

Lo cierto es que mi papá, además de tener su propio modo de hacer que los demás siguieran sus reglas sin que se dieran por enterados, predicaba con su ejemplo y ante la mirada atónita de los presentes, incluido el posible yerno, sostenía dicho artefacto con sus cinco dedos durante casi un minuto y sin aguantar la respiración. 

Ese era el plan que ponía a prueba el interés o la intención de firmar la planilla que sintiera el susodicho por su única y adorada hija. El día que fue pactado aquel encuentro entre Joaquín y mi papá había llovido bastante en el Escambray por lo que se esperaba que fuera cancelado para el día siguiente, no obstante, como mi papá estaba apurado para que el habanero se marchara lo antes posible, desestimó la inflexible voluntad del nuevo adversario, el gran enamoramiento que lo superaba y su determinación de ser el ganador elegido ante todos, y por supuesto, Joaquín Ortega levantó la bala, enrojecido y sin respirar.

Y como la vida es esa cosa que pasa mientras pensamos en el próximo pasado, algunos años después de haberme divorciado de Joaquín, mi papá me confesó que sin saber por qué siempre sospechó que aquello no resultaría, pues a su modo de ver, después de aquel paseo que ambos realizaron por la finca él se sintió frustrado ante la falta de cultura de Joaquín, al no saber distinguir que los boniatos no son mameyes para andar buscándolos entre las matas.

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