Por Elsie Carbó
grillosazules@gmail.com
Todavía cuando el periódico Juventud Rebelde tenía su sede
frente al capitolio se podía ir a las legendarias funciones del teatro Martí,
que quedaba como quien dice, al doblar de la esquina. Por esa fecha siempre me
gustaba asistir a alguna representación de entonces y luego reseñarlo para la
edición cultural de la tarde, era fácil llegarme hasta allí al estar ubicado en
un lugar accesible de la Habana Vieja
y contar con un repertorio de buen ver, en un escenario bien equipado para
actividades populares. Hasta que un buen día amaneció cerrado.
La cosa es que se prolongó por casi 40 años. Y confieso que
pensé que iba a morir sin ver de nuevo aquel interior como de magia y respirar
el olor de sus alfombras y cortinajes, en mi mente quedaba el recuerdo de sus
columnas de hierro fundido, los pisos de mármol o los grandes espejos y las
lunetas adosadas, pero no me quedé con las ganas, el domingo tuve mi
acontecimiento. Fui al Teatro Martí, recién inaugurado gracias a la Oficina del Historiador de
la Ciudad, más
no tanto por ver la obra que presentaban sino por volver a pisar los escalones
del pórtico de entrada y rememorar espejismos de lo que fue aquella remota
época en La Habana.
Es lamentable que con tan pocas opciones para el entretenimiento sano se queden vacías las lunetas de un teatro |
Tenía una profunda nostalgia y es natural, también todo esto viene acompañado porque echo de menos la presencia de alguno de los amigos que formaban parte del equipo de trabajo, hablo de fotógrafos como Baldrich, Expósito o Torreiro, quienes después de cada función se quedaban hasta muy tarde en la redacción del periódico esperando a que los negativos de las fotos se revelaran.
Es impresionante percibir el silencio que sobrevuela entre
las luces de las gigantescas lámparas centrales y la magnificencia del detalle.
Conmueve y da miedo. Sería la restauración colosal que colocaría al Martí entre
los mejores de muchas capitales si no fuera por algunos detalles, se lo pondré
más didáctico, imaginen que un mueble queda precioso después que lo manda a
forrar, pero si coloca una guardia pretoriana para impedir que nadie se vuelva
a sentar se pierde el efecto, me refiero al mobiliario de los vestíbulos, custodiados
celosamente por las empleadas, que hace que una se pregunte qué función tienen
entonces esas butacas?
Otra cosa es la programación, de ahí que justifico el elenco
Endedans, es ballet contemporáneo señores, poco conocido y difundido, que
coloca al teatro como un laboratorio de muestreo alejado del mundanal ruido. Si
lo que se quiere es evitar las aglomeraciones de público o el tumulto habría
que pensar en otras formas de cómo evitarlo, pues en un país donde los entretenimientos son
cada vez más caros y escasean,
especialmente por la cantidad de cines y teatros cerrados, la gente acudiría
siempre a pesar del aburrimiento que saben que sucederá de antemano..
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