Como la Julia de mi crónica hay más de un centenar... |
Elsie Carbó (Texto y fotos)
grillosazules@gmail.com
En el Palacio de la Rumba todos quieren tener más de 60.
Después les explico la razón. A mi lado está sentada Julia, una mujer de indescifrable
edad, alta, delgada. En su rostro como de ébano no se advierten las arrugas,
intento sostener una conversación pero desaparece ante mi mirada. Julia baila
rumba con son en medio de la pista. Como ella hay más de un centenar de mujeres
que han venido a escuchar y a bailar con las orquestas de este sábado en el
Palacio. Siempre la cifra de hombres es menor pero al menos ya se integran al
grupo, que en los albores de estas discotembas el miedo escénico y los temores
a las burlas de los coterráneos los mantenían por las orillas.
_Tengo 90 años, me
dice Julia. Ella es de poco hablar, intuyo que está sedienta y me dice que la
cerveza a granel no es de su gusto. Siempre le atrajo el baile pero en la época
en que era joven trabajaba demasiado, lavando, planchando y cocinando en varias
casas, por lo que no le quedaba mucho tiempo.
_ Somos un grupo de abuelos que venimos desde San Agustín.
Este reparto queda en la periferia de la ciudad pero ellos
hacen el viaje en guagua hasta el Palacio que está en Centro Habana,
exactamente en el Parque Trillo, ahí donde le erigieron a Quintín Banderas un
obelisco, y desde hace algunos años los vecinos de la zona llevan tambores,
ponen flores y tratan de que el caudillo mambí les escuché sus ruegos.
La orquesta Afroamérica se encargó de la primera parte,
junto a los solistas Walter, Silvia o Félix, ninguno de estos cantantes usted
los verá en los programas estelares de nuestra televisión nacional, porque no
son famosos, no tienen video clik ni representantes; algunos son gastronómicos,
amas de casa, aficionados que a pesar del anonimato aún sueñan con aplausos en
un escenario lleno de luces y cortinas de pana… El cierre fue con los tambores de los Hermanos
Bravo, quizás no sean aquellos
santiagueros que yo recuerdo de la década de oro, aunque sí la esencia
de su música contagia, ahora mezclada
con ritmos de actualidad.
Este sábado le tocó a Inocencia traer las croqueticas. 40 a lo sumo para que no vayan a sobrar, porque
si a Irma también se le ocurre llevar croquetas como la vez anterior hay que
repartir hasta en el callejón de Hamel. Por suerte todos se conocen casi desde
que el Palacio abrió sus puertas hace algunos años, se saludan con familiaridad
aunque sus domicilios se encuentren al otro extremo de la ciudad, como la
propia Inocencia que viene desde la Lisa, o Estela, que viaja desde Alamar.
Cada mesa brinda de lo suyo, cremita de leche, picadillo de pescado, pan con
pasta. Antes de que termine la fiesta dan a conocer a los ganadores de la rifa
elaborada por ellos mismos para darle un toque de gracia a la actividad.
Collares artesanales, pulsos, aretes confeccionados por abuelas serenísimas; los
champuses, las maquinitas de afeitar y los jabones tienen otra procedencia pero
igual mérito en la aceptación.
Como ya dije al principio, este es el sitio donde todos
codician pasar de la segunda edad.
Al llegar, en la puerta de entrada, un joven te mira
fijamente y te dice:
_si tienes más de 60
años solo pagas diez pesos en moneda nacional.
Y como es natural, yo los pagué... |
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