Por Elsie Carbó
Inocencia es la cinta del cineasta cubano
Alejandro Gil que cuenta los sucesos relacionados con el fusilamiento en 1871
de ocho estudiantes de medicina cubanos a manos de las autoridades coloniales
españolas, y es un momento de la historia nuestra nunca antes abordado desde el
séptimo arte, y yo diría que también mal reflejado en nuestras vidas como
ciudadanos porque después de conversar con jóvenes, estudiantes y amigos, que
ya dejaron de ser tan jóvenes, me doy cuenta de lo poco que sabemos acerca de
estos hechos, o lo que es peor lo olvidado y lejano que están en el tiempo,
justo que al enfrentarlos en una película tal parece que nos sorprenden por
primera vez.
Es una
obra humana, necesaria y conmovedora, para crear en el espectador sentimientos
encontrados que nos dejan ver que a pesar de la distancia de aquellos hechos
podemos sentir el dolor y la rabia como si estuvieran ocurriendo frente a nosotros,
en nuestras familias, con nuestras propias amistades como víctimas. Repudiamos
a los asesinos y la corrupción extrema que se muestra, y lloramos por los asesinados.
De ahí la catarsis, el silencio, los
aplausos, las lágrimas. Con un elenco de lujo y un guión llevado a la
perfección, Inocencia debe pasar por cada una de nuestras casas para que ni la abuela se pierda
ni uno solo de sus momentos, por no decir cada plantel de estudio, cada
colegio, si tenemos en cuenta que acceder a los libros, donde se supone que está
la historia, ha sido relegado por las nuevas tecnología y es más raro encontrar
a los estudiantes en las bibliotecas que en un parque accediendo a la wifi,
entonces hay que darles la historia en hechuras como estas, y bien contadas,
como ha hecho Gil.
La incorporación a la historia tiene otras
novedades como es la participación de los abakuá en la defensa de los
estudiantes, tal vez los únicos que hicieron algo para impedir el fusilamiento,
paradójico, como se ve en la película,
que mientras la sociedad de la época se mantuvo indiferente fueron los negros
los que se enfrentaron a los soldados. Y si discretamente se ha reconocido este
gesto de una hermandad como la ñáñiga y se ha colocado una tarja en una acera
al costado del hotel Sevilla, para de alguna manera homenajear a aquellos que
dieron su vida un 27 de noviembre por defender a los estudiantes de medicina,
no es menos cierto que a esos homenajes les falta visibilidad y fuerza, lo digo
porque solo asisten miembros de algunas potencias abakuá, colaboradores, convidados
a través del boletín electrónico La Ceiba o el Observatorio Crítico, amigos de
los amigos y los transeúntes, que por curiosidad se asoman al ver el grupo y
escuchan los toques.
Hay más detalles de los que me gustaría hablar
de esta reciente entrega cinematográfica, sobre todo las que tratan de la
búsqueda de los cuerpos de los ocho estudiantes de medicina 16 años después de
ser fusilados, la investigación de Fermín Valdés Domínguez, acusado también
pero ileso de aquel macabro sorteo, aunque condenado a seis meses de prisión en
el mismo proceso, y el honorable discurso pronunciado por el español Federico Capdevila
en la defensa de los jóvenes ante aquel tribunal, que ya los había condenado
antes de entrar a corte. Soy solo una espectadora que agradece una película como
esta y humildemente felicita a sus realizadores y a los actores que intervienen,
pues figuras de primera línea en la actuación cubana, como Héctor Noas,
Fernando Echavarría o Caleb Casas, completan la obra de este director, ellos
son junto al guión de Amílcar Salatti, lo mejor que estaría pasando en la
cinematografía contemporánea del país.
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